Reflexiones de la época. "De recetas y aislamientos" por Verónica Baucero


De recetas y aislamientos.


Hace un tiempo vengo intentando sostener una postura relativamente civilizada, en relación al enjambre de discursos que, haciendo pie en la insistencia obstinada de los seres humanos de creer en las recetas y en los “recetólogos”, ofrecen sus verdades dirigidas a saciar la sed de hallar fórmulas. Para poder continuar con ese objetivo y no sucumbir rápidamente al impulso de cometer algún acto desafortunado, me he visto llevada por  la necesidad de  estudiarlos, si se quiere,  de algún modo.  Debo confesar que me ha llevado a ello, el contar con unos cuantos, por no decir, muchos, seres queridos profesando tales peroratas, por lo que se comprenderá mejor el empuje a esa necesidad. En búsqueda entonces, del sostenimiento de esos vínculos, pude extraer de aquella investigación que  tales “recetas” requieren para su operatividad de dos variables: el desconcierto y el mercado, manteniendo entre ambas una relación directamente proporcional: a mayor confusión, más fórmulas mágicas. Digo que he tratado de tener una postura relativamente civilizada, pero con la pandemia y  el aislamiento, los recetólogos han inundado las góndolas y mi aptitud para la civilización se vio gravemente deteriorada. No hay forma de mantenerse a salvo, las redes se encuentran “infectadas”, de verdaderos gurúes del método anti: anti depresión, anti engorde, anti ira, anti o pro separación. O su inverso positivo en forma de interrogante: ¿cómo hacer para estar feliz?, ¿para mantener un buen estado físico a pesar de la imposibilidad de moverse? o, esta que es la que más gusta, ¿cómo encontrar, sostener o incrementar la paz interior en  tiempos de caos?
Es a partir del encuentro con colegas de la delegación que llega en mi auxilio un texto de Claudia Lijtinstens, donde nombra éstos discursos como una suerte de “debilidad mental” en la medida en que no hacen más que alentar el sentido pleno, repitiendo frases del sentido común, olvidando la subjetividad en juego de los seres parlantes. Se imaginarán que no puedo decir eso en un whatsapp familiar, bah, como poder, puedo y siguiendo esas fórmulas hasta sería aconsejable para que “todo lo que no digo no se me quede en el cuerpo y me enferme”. Pero como practicante del psicoanálisis elijo dislocarme de ese discurso (mi analista se reirá con la utilización de ese término) y darle la bienvenida al mal humor, al sobrepeso, la no paz interior, los conflictos conyugales y todos los “males detonados por este pegoteo” de los cuerpos pandémicos. Darle, una vez más,  la bienvenida a la insistencia del inconsciente que resiste al aislamiento y junto con él, esbozar una sonrisa invisible tras los posteos de las redes,  que insisten junto a los consejólogos en deshacerse rápidamente del malestar vía lo imaginario. Me sonrío mientras pienso en las posibilidades que albergan esos síntomas-perlas, de conducirnos a nuevas formas de existencia.
Es de la mano de Osvaldo Delgado, que me llega la reflexión acerca de la pesada tarea del analista, el des-ser en las antípodas del recetólogo. Cómo a veces es necesario, un café entre paciente y paciente, una llamada telefónica, un mate, algo que nos recuerde que seguimos allí, que somos aunque nuestra profesión consista en no ser, soportando encarnar  el objeto a, de cada uno de ellos, siempre otro, siempre diferente, a través de un vínculo: la transferencia, vinculo despojado de ideales y preceptos morales, desafectado de las leyes del mercado, donde el analizante paga por lo que produce y el analista lo hace con su ser, dispuesto además, a caer como un desecho cuando sea necesario.
Aliviada registro que no ha llegado ningún mensaje telefónico. Me descubro mirando por el ángulo de la ventana, la tímida calidez de un sol otoñal que se derrama sobre la ladera ocre de la montaña. Me entusiasma pensar que podré salir a caminar un rato, aunque más no sea. Hago el ademán de levantarme del escritorio, en el que desde temprano estoy escribiendo. Quizás porque no tuve en cuenta la desproporción entre el ímpetu de mis ganas y el tiempo que llevaba sentada, un crujido agudo desde la cintura hasta los talones me llevó a enlentecer el movimiento hasta quedar finalmente de pie.
Entra un mensaje de whatsapp: “¿Dolor de huesos? Tenemos lo que estás necesitando”.



Verónica Baucero

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