"El significante, la barra y el falo", Fernando Vitale. Primera Clase del seminario.
“El significante, la
barra y el falo”
Comencemos por el texto
de El falo y el meteoro, que es el
último capítulo del Seminario 3. Un título impactante. Después de todo lo
desarrollado por Lacan, el último, El
falo y el meteoro, es un capítulo que se podría pensar como la introducción
del Seminario 4, lo que queda claro después de ver el siguiente seminario.
¿Por qué? Porque se ve
la intervención de Lacan respecto de la temática de las psicosis cuando explicita
que toda su elaboración, su retorno a los desarrollos de Freud, fueron a partir
de cómo pensar la función de la palabra en el campo del lenguaje, totalmente
diferente a los modos de la época, que se introducía en esa problemática a
partir de la noción de objeto. Justamente en el siguiente seminario, La relación de objeto, se va a detallar
esta noción muy presente en ese momento en la teoría psicoanalítica
posfreudiana.
Lo primero que dirá
Lacan en este capítulo, antes de llegar al detalle de por qué llamar meteoro al falo, es una cuestión clave: que para Freud hubo un invariante,
algo en lo que nunca dio el brazo a torcer: es la temática de pensar toda la
clínica a partir de la noción del complejo
de castración y del lugar central que ocupó allí el objeto fálico. Eso está en Freud desde el inicio hasta el final, es
invariante en todo su recorrido. Y, por supuesto, es desde allí el trabajo del
llamado complejo de Edipo: era el instrumento para pensar cómo se
inscribe en la subjetividad de cada uno el llamado complejo de castración y era la función que allí desempeña el padre
como una temática que inicialmente va a desarrollar Lacan en su retorno a
Freud.
Pero, en este contexto,
Lacan va a plantear como enigma el concepto de lo que se llamaba en ese momento
la simbolización, por ello, en el
punto 2 de este último capítulo, hace mención de los desarrollos de Ernest
Jones, discípulo y biógrafo de Freud, que escribió sobre el tema del
simbolismo. La manera en que Jones ha tratado el simbolismo sacaba de quicio a
Lacan, quien establece un fuerte debate. Lo considera un desvío central, sobre
todo, lo que Jones llamaba la noción de simbolismo natural. Para pensar esto toma
el ejemplo del anillo (considerado como símbolo del órgano femenino), una
especie de vínculo natural, de continuidad entre el campo de lo natural y ese
símbolo que es el anillo. A Lacan le parece absolutamente insostenible.
Sabemos sobre todo su
recorrido por la noción de la autonomía del plano significante, el registro de
lo simbólico y su función en la constitución, era imposible sostener esta idea
ingenua de un pasaje de lo natural a lo simbólico. Y justamente en ese contexto
toma la expresión “es eso”. A veces, para referirnos a ciertas cosas decimos “es
eso” antes de decir cualquier otra cosa, y toma el ejemplo de “los meteoros”.
Meteoro, etimológicamente,
se refiere a un fenómeno que sucede en el cielo (después se transformó en la
meteorología como ciencia). Hasta que estos fenómenos no fueron explicados por
los científicos, suscitaron mucho interés, un interés muy especial, enigmático.
Por ejemplo, si uno ve estrellas fugaces que surcan el cielo, antes de dar
cualquier explicación científica decimos: “mirá, mirá eso”. Es una manera de
referirse a algo que aparece allí, de golpe. Y no olvidemos que ha sido una
costumbre transmitida culturalmente la idea de que cuando “eso” ocurra hay que
pedir un deseo.
¿La cuestión es qué
tienen que ver los meteoros con el falo? Eso es lo enigmático del título de
este capítulo.
Entonces, para introducir
el tema Lacan va a tomar el arco iris, que siempre suscitó un enorme interés,
no solo de reducirlo en términos científicos sino en el sentido de un interés
deseante, también para los niños, “eso”, el arco iris. ¿Qué es “eso” que
aparece, de repente, en nuestro campo perceptivo?
Luego, cuando se lo
trabajó científicamente y se lo redujo a una explicación, Lacan dice ¿qué se
descubrió respecto de ese arco iris?, efectivamente, no era más que “eso”. Es
decir, aquello a lo que se redujo científicamente y que no hay nada por detrás.
Está enteramente capturado “eso” que llamamos arco iris, ese meteoro, en una
pura apariencia. Pero es indudable que “eso” siempre ha suscitado cierto
interés, es algo que causa deseo, pero ¿deseo de qué?. Siempre es el deseo de
querer saber qué hay por detrás de “eso” que se nos aparece con la forma de un
meteoro.
Por eso después, para
Lacan, va a ser muy intensa esa cuestión del falo como meteoro al falo como
velo. Y va a decir, al igual que en la cuestión de “eso” del arco iris, que este
falo meteoro es de la misma
naturaleza de lo que se ha descripto en la fase llamada madre-niño-falo, la
fase de la madre fálica. Según Lacan, la dialéctica imaginaria madre-niño-falo
es similar a lo que ha pasado siempre, por ejemplo, con los meteoros como el
arco iris.
Fíjense la referencia
que utiliza Lacan para introducir el problema. Uno podría pensar que la fase
fálica debería ser fantástica, se produce la ilusión de la falicización
recíproca: el niño ve a la madre como madre fálica, la madre ve al niño como
falo. Hay una complementariedad aparentemente fantástica. Sin embargo se sabe,
por la experiencia clínica, que es de una fragilidad enorme porque en cualquier
momento puede transformarse en angustia.
Entonces, la cuestión
que va a desarrollar Lacan, y por eso lo introduje, es pensar qué permite pasar
del falo arco iris, del falo imaginario (ese que se pasea de
modo frágil e inestable, que aparece inicialmente como puro brillo en el campo
imaginario, que suscita deseo, pero que se posa y se va de la manera más
inconsistente) al falo simbólico. Se
supone que es allí donde la función del padre, el cuarto elemento en las
estructuras, debería cumplir un papel esencial.
Lacan lo formula así: cómo
hacer para que el falo sea otra cosa que un meteoro —y se los adelanto porque
vamos a pasar a otros temas—, cómo hacer, de este falo meteoro, el falo como significante
de la castración. Eso está en juego en la simbolización del falo. Son dos
versiones del falo completamente diferentes.
Todo el Seminario 4, y
la lectura que hace Lacan del caso Juanito, se centra en cómo ese falo imaginario, ese falo engañador que
circula entre él y su madre, se transforma en el falo simbólico como significante de la castración. Es interesante leer
con esta clave el caso Juanito, que imagino irán desarrollando en los próximos
encuentros.
Con esa introducción del
Seminario 3 paso al Seminario 5. Habíamos acordado en trabajar el capítulo El significante, la barra y el falo. Sin
embargo, se me ocurrió hacer una pequeña introducción del capítulo anterior, Las máscaras del síntoma, porque hay
algunas precisiones que servirán como introducción.
Lacan comienza ese capítulo
anterior, que es el XVIII, hablando sobre las ideas que podríamos pensar como
lo terapéutico en psicoanálisis, para ayudar a quien se nos acerca. Dice que
siempre va a tropezar con las antinomias internas a toda normativización en la
condición humana. No hay que olvidar eso. Ante cualquier ayuda que podamos
ofrecer a quien se nos acerca, nunca hay que olvidar que tropieza siempre,
repito, con las antinomias internas a toda normativización en la condición
humana. Y en ese punto va a citar a Freud en análisis terminable e interminable, y justamente va a referirse a
lo que este llamó la roca de la
castración, y al lugar fundamental que tiene el falo.
Entonces, con la
introducción a ese capítulo, La máscara
de síntoma, Lacan produce un retorno a lo que sería el inicio de la obra
freudiana: el deseo. Lo que Freud descubre esencialmente, lo que aprehende en
los síntomas patológicos o en un sueño, es la presencia de un deseo, el
cumplimiento de un deseo o la satisfacción
de un deseo. Pero basta que uno diga que está en juego la satisfacción de
un deseo, es algo sumamente paradójico, porque aquello que Freud llama la satisfacción de un deseo para Lacan
sería una satisfacción al revés. Al
revés de cualquier idea de satisfacción que tengamos en nuestra cabeza (si no
interpretamos este tipo de planteos de Lacan, es difícil seguirlo).
¿Cómo alcanzamos a interpretar la formulación que da
Lacan? Lacan dice que el deseo siempre estuvo vinculado a algo que lo
enmascara, el deseo aparece siempre bajo la forma de
algo que lo enmascara, el deseo
enmascarado, por eso, este capítulo se llama Las máscaras del síntoma.
Si hablamos de la satisfacción
al revés es porque, si hay algo en que nos ha introducido la noción
freudiana de deseo es, justamente, la idea de que el deseo no se agota nunca al
relacionarlo con un objeto que pueda satisfacerlo. Por eso, la realización de
un deseo es una idea paradójica, porque es una especie de satisfacción al
revés.
¿Cómo se encontró Freud con esta cuestión? Al tratar de aprehender
algo detrás de una máscara. Es el alcance de lo que estaba introduciendo Freud
cuando empezaba a leer en los síntomas la noción del deseo inconsciente, hay un deseo inconsciente enmascarado en los
síntomas.
Pero Lacan dice algo sumamente crucial (nunca se podrá medir mucho
eso que Freud hacía porque era la época inaugural y después corrió mucho agua
debajo del puente), las intervenciones nos sorprenden siempre, y tienen un
carácter de tipo errado para nosotros, aunque errado es acote (en francés), es un expresión que tiene una traducción
equívoca, como siempre. Lacan dice que esas intervenciones nos impactan de
entrada, nos producen algo, porque es completamente imposible ubicarnos en ese
contexto.
Utilizará como ejemplo intervenciones precisas de Freud. Pero va a
decir algo para entender qué quiere decir que hay que contextualizar para
entender las intervenciones de Freud en esa época inaugural y las
interpretaciones del analista. Nunca hay que olvidar que cualquier
interpretación, para poder medir su alcance, es que su valor procede de “lo que
no se dice”. Lo que se dice siempre se dice sobre el fondo de lo que no se dice.
No hay que olvidarlo.
¿Por qué dice eso? Se puede tomar el ejemplo de lo que Freud le dice
a Dora “que amaba al Sr. K”, y le indicaba que si hubiera querido hacer su vida
sería con él. Esto nos sorprende. Tanto más cuando sabemos que no podía ser así
por las mejores razones y también nos cuenta que Dora no quiere saber nada al
respecto.
Sin embargo, es muy interesante esta clase de intervención en el
momento en que Freud la hacía. Se presentaba sobre un trasfondo que, por parte
de la paciente, no suponía ninguna presunción de que su interlocutor buscara
rectificar su aprehensión del mundo. Podría ser un error esa interpretación,
como ha comentado varias veces Lacan. Sin embargo, no hay que olvidarse (por
eso yo decía sobre el fondo de “lo que no se dice”) que jamás podría haber sido
tomado igualmente por Dora, con esa idea, que es lo que pasó después.
¿Qué es lo que pasó después? (No olviden lo que dijimos antes de la
exploración del objeto…) Toda idea de pensar la posición del analista como una
posición de normativización, de maduración, esto es: cuando Freud entraba en el
tema del psicoanálisis, de la interpretación del deseo, jamás se podía pensar
bajo esa referencia, nunca fue así en Freud. Eso se puede ver tomando todos los
ejemplos de los análisis que Freud había realizado. Otro ejemplo es el caso de
Elizabeth Von R. donde el síntoma también se presenta bajo una máscara. ¿Cuál
es la máscara adecuada de ese síntoma?, la máscara de un dolor, un dolor en el
cuerpo.
Esa es la máscara bajo la que se presenta el síntoma, y allí también
hay una interpretación forzamiento.
Freud le dice que está enamorada de su cuñado y que alrededor de ese deseo
reprimido se había cristalizado el síntoma, el dolor en la pierna, este,
evidentemente es un forzamiento. Lacan hace una serie de precisiones
importantes. Primero dice en el texto donde está el análisis de Elizabeth Von R.,
lo que él llama la situación histerógena,
que es la escena de la paciente cuidando al padre.
¿Por qué dice situación histerógena?, porque es una situación de
absoluta sumisión a la demanda estar
cuidando un enfermo.
En el caso de Anna O., que es exactamente el mismo, hay mucho
material en el que aparece esa dimensión. Lacan dice: por algo Freud ha
mencionado estas cuestiones, por ejemplo, estos casos de mujeres que se presentaban
en el papel de enfermeras al servicio de un padre enfermo. Es una situación que
llama de sumisión a la demanda. Entonces,
si decimos que el deseo se presentó bajo una máscara (en este caso, de estos
dolores) quiere decir que el deseo se presenta bajo una forma ambigua que no
nos permite orientar al sujeto en tal o cual objeto de la situación.
En realidad lo que hay que leer en estas situaciones que plantea
Freud es el interés por la relación misma, la relación de deseo. No es el deseo por tal o cual objeto particular,
eso ha sido un problema. Porque en el caso de Elizabeth Von R. podría ser: se
interesaba por estudiar, se interesaba por la hermana, se interesaba por la
relación de la hermana con el cuñado, se interesaba por la relación de la otra
hermana con el otro cuñado y, en realidad, habla de muchas cosas.
Lo que hay que leer en esto que dice Freud no es la relación de la
cuestión del deseo con
tal o cual objeto de la situación, sino escuchar en eso su interés por la relación de deseo misma como tal, que la
cuestión consiste en pensar la relación de deseo. ¿Qué es finalmente el deseo
en ese campo? Es una pura “x”, a no confundir con el síntoma con que se
reviste, la máscara. No es la relación del deseo con un objeto. Siempre pensamos
lo que se nos impone como referencia, hacerla equivalente al objeto que podría
satisfacerlo. Lo que está transmitiendo Lacan, y para eso le sirve dividir “demanda”
de “deseo”, es que hay que separar esas dos cuestiones. Si algo tiene de
particular la noción de deseo, tal
cual la introdujo Freud en el psicoanálisis —y por eso la realización de un
deseo en el sueño es como una satisfacción al revés— es que justamente lo que
nos pone sobre la mesa es la relación con algo para lo cual no hay ningún
objeto que lo satisfaga. Y por eso, dice Lacan, él pudo haber planteado al
inicio de su enseñanza la cuestión del deseo como finalmente una cuestión de
reconocimiento.
¿Qué quiere decir eso? Que nos tiene que permitir distinguir el
deseo de cualquier cosa dirigida a un objeto. Lo que está en juego en el deseo
como tal, enmascarado en estos síntomas, los que fueren, es el deseo de que
alguien lo reconozca como tal, que se reconozca el deseo en sí mismo, no el
objeto que va a satisfacerlo, porque eso siempre es sumamente equívoco.
Cuando pensamos en la máscara como un significante es que entendemos
que está en lugar de otra cosa, pero ¿cómo entendemos esa “otra cosa”? Esa es
la cuestión crucial. Ahora, siempre solemos entender que la “otra cosa” tiene
que ver con la cuestión del “objeto”, y eso es lo que Lacan cuestiona en estos
capítulos.
Esta es la introducción en el capítulo de Las máscaras del síntoma. Ahora quiero pasar al capítulo proyectado
para hoy.
Quiero hacer una referencia para quienes trabajaron el capítulo de
las Las máscaras del síntoma el año
pasado y los anteriores; el análisis que hace Lacan sobre la risa es sumamente
interesante, es conveniente que lo repasen.
Entonces, reitero que la característica del deseo es que siempre aparece
enmascarado, el deseo se disfraza de síntoma, por ejemplo, dolor de la pierna. Pero
pensamos ¿deseo de qué?, basta que digamos “deseo de qué” para llegar al “deseo
de un objeto”.
Si lo pensamos así, a esa “x” que está por detrás con la idea de un objeto,
ya estamos transformando el deseo en demanda, y ya estamos anulando lo que ese
deseo tenía como deseo. Otra cosa es que pensemos el deseo como deseo de
reconocimiento. Hago ese resumen. Presento esto para que se reconozca la
existencia del deseo como tal y no para que se diga cuál es el objeto de ese
deseo. Esa es una cuestión que me parece clave para entrar al capítulo
siguiente, El significante, la barra y el
falo.
Lacan empieza este capítulo haciendo una distinción entre ´demanda´
y ´deseo´ y la cuestión de la Spaltung,
la división que hay entre esos dos campos. Por otro lado, la cuestión
fundamental en relación al tema del deseo ha sido su interpretación.
Toda la tarea de Freud, como analista, es que el deseo se presenta
bajo máscaras, y estas máscaras están bajo la forma de síntomas, cómo
interpretar eso. Según Lacan, allí hay en juego un acto de significación.
Freud claramente lo planteaba así: en el síntoma se juega un ´querer
decir algo´, un acto de significación, a eso se le llama deseo. Pero ¿qué
quiere decir interpretar el deseo? no se olviden que en el próximo seminario,
justamente hay que encontrar esos hilos en Lacan; se llama El deseo y su interpretación.
¿Qué quiere decir interpretar el deseo? El deseo es inseparable de
la máscara bajo la que se va a presentar, pero no solo es inseparable de la
máscara. Retoma el caso de Elizabeth Von R., y dice: el deseo es inseparable de
la máscara, pero además es idéntico a la manifestación somática. Cuando
articulamos el síntoma con la máscara, tenemos un síntoma, ponemos una barra y,
abajo, ponemos un deseo; ese síntoma es una máscara que remite a un deseo.
Eso es lo que quiere discutir Lacan. ¿Cómo entendemos esa relación?
uno suele pensar que, entonces, por desciframiento, si doy en la tecla, voy a
encontrarme con lo que hay detrás de la máscara, y la primera idea de Freud es
que si eso se logra se cura el síntoma.
Si a través del desciframiento llego a lo que está detrás de la
máscara, con ese deseo se cura el síntoma. Esa es la idea de Freud. Pero Lacan
cuestiona esa relación, como les decía antes, detenernos en esa expresión, el
deseo es idéntico a la manifestación somática, es inseparable de la máscara. No
es que el deseo está en otro lado. Está la máscara, tenemos el síntoma, y el
deseo no está en otro lado, el deseo está en esa máscara. El deseo está en esta
máscara, pero ubicando una “x”, dejando una “x”, que es justamente un algo
irreductible a cualquier objeto de satisfacción, a cualquier objeto demandable,
es excéntrico a cualquier satisfacción.
Para Freud es dar en la tecla con lo que está detrás de esa máscara,
es irnos de cabeza a un objeto donde se encuentra satisfacción pulsional
reprimida, bla, bla, bla…
Fíjense lo diferente que es decir que el deseo
es el mismo, pero ubicando una “X” irreductible a cualquier objeto de
satisfacción pulsional de que se trate, un objeto demandable, y por eso es
excéntrico a cualquier satisfacción. Lacan agrega que, por eso, tiene
afinidades con el dolor. No cualquier dolor, empieza con el dolor, por ejemplo,
el dolor de existir, no con los
síntomas.
Recuerdo que trabajamos
también los capítulos de este Seminario 5 tomando el fantasma de Pegan a un niño y hemos desarrollado
algunas cuestiones de cómo Lacan toma el
dolor de existir.
Vamos a hacer un
ejemplo burdo, tal cual fue transmitido en el psicoanálisis posfreudiano.
Alguien empieza a registrar que sucede algo de condición sintomático y que
tiene una compulsión a comer helados. Lo que se transmitió, desde los
posfreudianos, es que seguramente se expresaba como deseo de volver a la teta
de la madre. Atrás de ese deseo de comer helado hay un deseo del objeto oral que
remite a la teta de la madre. El deseo en juego, el de volver a la teta de la
madre, por ejemplo, y lo otro, la compulsión de comer helado, es nada más que
la máscara, su material simbólico, la única función que tiene es una máscara
que alude a otras cosas, que no tiene nada que ver con la máscara misma, en
este caso es una satisfacción pulsional reprimida. Pero Lacan está diciendo que
el deseo es idéntico a la manifestación somática. El deseo está en eso.
Tenemos la compulsión
de tomar helado que nos remite a la cuestión de la relación del objeto
pulsional que encarnaba la teta de la madre: esa referencia vuelve a ser una
máscara si estamos pensando el tema del deseo. No nos olvidemos que para Lacan
la noción de deseo es inseparable a definir algo que es lo contrario a la
satisfacción. Realizar un deseo es antinómico, es como una satisfacción al revés. Es, en todo caso, marcar que ningún objeto
de satisfacción va a poder reducir esa cuestión deseante, el problema es cuando
está obturado. Si el deseo se presentara siempre enmascarado, qué es entonces
interpretar al deseo, cuál es la gracia de interpretarlo si ese deseo está en
la máscara, bla, bla, bla.
Lacan dice que está en
lo inseparable del dolor de existir. Es el dolor de existir como deseante de
una falta que nunca nada podrá colmar. Ese sería el fondo del dolor de existir.
Eso es así, vamos a decir como un cortocircuito si el deseo solo fuera deseo de
falo.
Cuando se revela el deseo de existir lo haría como dolor de existir al caerse la máscara.
Cuando uno encuentra que alguien diga eso, ya no interesa nada más y se le
hayan caído todas las máscaras, en realidad expresa al máximo su posición
deseante de algo que está haciendo referencia y que nada va a poder colmar. No
al revés, no es que en esa posición no hay deseo, el deseo está al máximo.
Pero Lacan siempre
dejaba algo para adivinar cuando planteaba estas cuestiones, es que cuando está
trabajando estos temas del deseo y del dolor de existir y demás, menciona que
hay algo más que eso, y hace referencia a otro tipo de satisfacción, que es lo
que llama la presencia del Otro como
tal, pág. 347, parte superior.
No la satisfacción que
daría el objeto pulsional que nos podría brindar ese otro, sino la presencia
del Otro como tal. En eso hay un tipo de satisfacción que es diferente, es otra
satisfacción, un otro goce más enigmático que el que pensaríamos en la primera
idea. Y entonces, por ejemplo, puede decir que el ser humano se contenta, a
veces, con palabras tanto como con satisfacciones más sustanciales. Eso nos
podría dar una idea de qué es la práctica analítica. Una práctica que, al mismo
tiempo que se plantea la cuestión del deseo, podemos pensar, como dijimos al
principio del capítulo, que cualquier idea de ayuda a aquel sujeto que se
acerca no podría desconocer la situación de estructura, que como dice Lacan,
cualquier idea de normativización terapéutica va a tropezar con las antinomias
externas a toda normativización de la condición humana. Un analista no puede
olvidar esta enseñanza en relación al deseo, y estas referencias en relación al
dolor de existir, si lo pensamos desde esta perspectiva.
Al mismo tiempo, un
analista tampoco puede desconocer que eso no es todo, que hay otra satisfacción
posible que no es la misma, es la que asociamos con el objeto pulsional que
podríamos creer que colmaría al deseo, entendido como deseo del falo.
Digamos que ese campo
que llamamos dolor de existir
finalmente es al que nos conduce la cuestión del goce fálico como tal, del goce en el plano fálico del objeto “a”
como plus de goce.
En el trascurso del
capítulo dice también, que el deseo finalmente conduce al dolor, que ningún
objeto podrá nunca colmar esa cuestión, eso debería conducir a un impase sin
salida.
Primero, ¿a qué
apuntaría interpretar el deseo?; segundo, ¿qué horizonte tiene el acto
analítico en la interpretación?, adónde apuntaría una práctica que no puede
desconocer estas enseñanzas. Entonces, Lacan hace estas referencias de que
puede haber aportes y satisfacciones más sustanciales de las que uno creería en
una primera lectura.
Segundo punto. Más
adelante, en este capítulo, Lacan retoma la cuestión de la Spaltung, del
deseo de la demanda, al volver a interrogarse qué entendemos por significante y
va a llegar a la cuestión del falo por esa vía. Eso es lo que impacta. Se llama
El significante, la barra y el falo. Fíjense
en esa secuencia para entender con más precisión a qué le llamamos ´falo´.
Primero vamos a aclarar
qué es el significante y qué es la barra, sino no vamos a entender qué es el
falo y nos quedaremos ´en algún lado´, como dice Lacan. Porque Freud llamó el falo al pene, y no a cualquier pene,
sino al pene inexistente de la madre.
Resulta inentendible llegar a esta cuestión sin hacer varios pasos previos.
Lacan se pregunta en el
capítulo sobre qué es un significante y dice que hay que partir de una huella. La
versión francesa dice: partamos de lo que es una huella. Entonces, refiere a
que una huella es una impresión; en cambio, en español, una marca es una huella.
Es un poco confuso, pero igual se puede seguir un fundamento porque se ha
hablado mucho de la huella de Robinson Crusoe.
Dice: ´una huella es
una impresión´, pero no es un significante. No se debe confundir una huella con
un significante. Si no partimos de ahí no vamos a entender el tema. Sin embargo,
se tiene la sensación de que podría haber relación entre la huella y el
significante, hay que ver qué relación existe, no es un significante, es algo
totalmente de otro estatuto. La cuestión es qué relación puede haber entre estas
dos cosas. Entre la huella y un significante.
Lo que nos acercaría a
entender qué es un significante sería pensar en una huella borrada. En qué
sentido. Decíamos que una huella es una inscripción. Una huella borrada es una
impresión que se borró, pero al mismo tiempo dejó la marca de su ausencia, de la huella inicial, la huella borrada. Una
impresión que se borró dejó la marca de la huella inicial y esa huella inicial
queda. Lacan va a decir: como la “x”, como el significado de ese significante.
Fíjense todo lo que hay
que seguir para entender ese desarrollo. Eso que se borró y que al mismo tiempo
dejó la marca de su ausencia. Eso que quedó borrado, pero marcado como borrado.
Eso llevan a entender esas formulaciones tan repetidas de Lacan, en realidad, el significante es la presencia de una ausencia, esa huella borrada recién ahí se
transforma en significante.
En ese borramiento está
la transformación de la huella en significante. Lacan lo articula y lo conecta
con el desarrollo para dar cuenta de esta operación, una referencia hegeliana. Toma
la expresión de lo que Hegel llamaba ´agujero´, que es algo que se anula, pero
va a decir que se eleva, que se potencia a una instancia superior. Lacan va a
pensar elevar algo que se anula y que se eleva a una potencia, a una situación
superior. Eso hace que algo se transforme en significante. Entonces, la
presencia de una ausencia.
Cualquier cadena
significante es demanda mientras se despliega, despliegue de sentido, pero al
mismo tiempo no podemos olvidar que evoca esa “x” del deseo, “x” de esa
ausencia que está presente a partir del campo significante. Si nos quedamos del
lado de la cadena significante, como demanda, como sentido, perdemos de vista
esta referencia, ahí creemos que hablamos como demanda, porque la demanda
remite a un objeto posible de satisfacción de esa demanda.
Sin embargo, cuando
hablamos de que toda demanda evoca un deseo, es que al mismo tiempo evoca
siempre una ausencia imposible de ser colmada con cualquier objeto de la
demanda. Eso sería escuchar como deseo. Entonces, dice: el modo de significante
mismo se materializa en algo muy simple como una barra. Un significante es algo
que por su propia naturaleza puede ser tachado, es algo en sí mismo tachado.
Por eso hablábamos del significante en relación a la huella borrada, es decir,
tachada, anulada, pero al mismo tiempo que se borra deja la marca de su
ausencia. Si no está eso, no vamos a entender en qué se transforma un
significante.
Por esta razón podemos
decir, al igual que Freud, que cuando hablamos de cualquier fenómeno nos
referimos a algo que fue reprimido. En el olvido atacó la represión, y al mismo
tiempo puede decir que se realizó un deseo en el olvido. ¿Por qué se realizó un
deseo ahí?. La única manera de saber que se realizó un deseo es saber que eso
evoca a una falta, a algo faltante. El problema es cómo entender qué es eso que
falta.
Recién con esos
elementos va a meterse en la cuestión del falo. Porque Lacan dice que el falo
es un significante. No es un objeto, es un significante. Hay un artículo, la significación
del falo, en el que comienza diciendo que el falo no es un objeto, es un
significante. Recuerden que en la introducción dijimos que Freud llamó falo al
pene ausente de la madre. Se llama falo a algo ausente.
Lacan comienza a hacer
un desarrollo con las referencias etimológicas. (Solía decir que si se tuviera
que ir a una isla desierta se llevaría el diccionario etimológico de Bloch y von Wartburg que es francés. Fíjense
de su pasión por esta referencia). Dice que falo
viene del griego, evoca la cuestión de los misterios, esa cuestión del papel
del falo en lo que llamaba los misterios en la antigüedad griega. Es la imagen
que utilizó Miller para la edición francesa de televisión.
Por un lado, etimológicamente,
falo es lo que se manifiesta como turgencia y empuje de la vida, de ahí deriva —dice
Lacan— el término pulsión en Freud.
Se presenta como turgencia y empuje, sigue como flujo, como velo. Por otro
lado, lo que está afectado por una falta.
Por eso para Freud el
tema del falo es inseparable al de la castración. Entonces, cuando se hace referencia
al falo meteoro, al falo imaginario, que circula entre la madre y Juanito,
estamos hablando de la simbolización del falo, del pasaje del falo imaginario
al falo simbólico. Por lo que el falo es un significante en tanto evoca algo
perdido. Fíjense cómo lo dice Lacan: es algo del goce de la vida que se perdió.
Por eso dice que en esos mismos misterios, en esas mismas representaciones que
quedaron en los frescos de Pompeya y demás, todo lo relacionado con el falo
siempre es objeto de amputación, de marcas de castración o de interdicción cada
vez más acentuada.
Lacan manifiesta, entre otras cuestiones, que el acceso al campo
significante evoca siempre una falta, algo que se perdió. Por eso no hay
referencia a la cuestión del falo sin, al mismo tiempo, hacer una referencia a
la cuestión de la castración en Freud. No quiere decir que lo tengamos claro
porque, generalmente, cuando hablamos de falo no hablamos de la castración,
hablamos de que nos evoca un objeto
posible de satisfacción, satisfacción fálica. Sin embargo, es cierto que para
Freud la referencia al falo siempre fue un intermedio para plantear la problemática
de la castración, no de la
satisfacción, sino de la castración.
decir que se llama falo a ´la incidencia producida por la entrada
del significante en el campo del goce de la vida´. Eso es un goce que al
conjugarse con un significante no puede más que evocar siempre una pérdida, una
pérdida de goce. Eso es lo que dice en el Seminario 5. Para pensarlo como
introducción a la cuestión del falo.
completamente distinto. En Lacan van a encontrar, pág. 356,
"por eso la castración se introduce en el desarrollo" al estudiar la
fase fálica, el Edipo. Pero estos temas no se pueden seguir si no se tienen
cuestiones de referencia. Por eso, una cuestión son los temas estructurales, y
otra, cómo se introduce en la subjetividad.
Lacan, en el primer capítulo del Seminario 4, por ejemplo, si
queremos hablar de la relación de objeto hay que decir que para Freud el objeto
es siempre la falta de un objeto. No quiere decir que esa falta no se pueda
subjetivizar de distintos modos y por ejemplo, en el Seminario 4, diferencia la
falta de objeto subjetivizada como frustración, como privación o como
castración. Son todos modos de subjetivizar la falta del objeto, no la falta
del objeto en tanto estamos hablando de una cosa de estructura sino cómo lo
subjetiviza cada uno. Es importante para el analista pensar el lugar del falo
al momento de intervenir en la práctica, en la dirección de la cura.
Una cuestión central. Lacan en todos los desarrollos del Edipo, el
complejo de la castración, al seguir a Freud, siempre dejaba un punto
problemático, no es que Freud no lo ha dicho, y Lacan lo ha reexplicitado del
siguiente modo: no es lo mismo hablar de la castración como castración del sujeto que de la
castración como castración del Otro.
Tomando estas tres modalidades de la falta, es decir, que mientras
la castración quede como castración del sujeto va a ser una castración muy
difícil de separar de una idea de frustración; en cambio, la castración cuando
pasa del lado de la castración del Otro como elaboración. Por eso Lacan, en el Seminario
4, introduce la idea de la privación como
un agujero en lo real, no una
falta en el sujeto. Un sujeto puede estar asumiendo plenamente una falta de su
lado y al mismo tiempo sosteniendo esa falta, no es que exista en el campo del
otro sino que existe del lado suyo. Otra cosa es transformar esa falta como un
agujero en lo real, no es lo mismo. Hay que verificar si en la práctica se
puede lograr que alguien lo subjetivice de esa manera. Son todos los enigmas de
la práctica analítica y la incidencia de la interpretación.
Un tema fundamental para la investigación que van a emprender es tener
esta idea de la castración del sujeto,
la castración del Otro. Pero fíjense —resulta
interesante tomar el título anterior, Las
máscaras del síntoma— que partiendo de la noción de deseo, noción primaria
en Lacan y en Freud, y al mismo tiempo completar lo que veníamos desarrollando,
no es que cuando Lacan habla al final del goce se refiere al goce fálico, no es
empezar de cero y que lo anterior no tiene sentido. Hay que tener esas
referencias de Lacan. Pero estamos hablando de que es difícil en la práctica
analítica, si es conducida a la idea de asumir que hay una especie de
imposibilidad de encontrar, que ningún objeto vaya a ser un objeto que colme el
campo de deseo, es difícil que esa situación no desemboque en una especie de
mortificación completa. Por eso la referencia al dolor de existir. Si avanzo en
esta subjetivación parecería que me conduce a decir que todo lo que yo creo es
deseo, que uno confunde con medios de conseguir el objeto que vaya a colmar ese
deseo. Si uno lo pensara en esa perspectiva, conduciría a una especie de
mortificación completa.
Sin embargo, supongamos que uno lo sepa, no quiere decir que esa
subjetivación podría permitir, al revés, otro tipo de goce. Los problemas de la
subjetivación son fundamentales.
Fernando Vitale.
Establecimiento de texto: Federico Oyola. Colaboradores: Barrionuevo,
Amparo; Ceballos, Gisela; Ferrarotti, Silvia; Godoy Vergara, Alba; Issa, Mónica.
(Versión no revisada por el autor).
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