Sobre Pactos de Amor….Por Lucía Benchimol

 Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres… Con este estribillo nos cantaba Joaquín Sabina en los noventa, por supuesto en tono de poesía, una reducción del encuentro con el otro donde solo se presenta un camino posible, la muerte. Sabemos que el siglo XXI nos adentra en su discurso a la trampa de pensar que solo existe un único camino posible, lo que produce gran angustia. Parece ser que todo ya está hecho y dicho, solo queda recorrer ciertos circuitos seguros. Las terapias actuales juegan un papel crucial en la reproducción de este discurso, en tanto se orientan por la respuesta universal. Si aparece algo de estrés, un viaje es una buena alternativa, si una separación se vuelve muy dolorosa salir con otras personas es una buena opción, si un matrimonio no funciona, salir a comer regularmente podría resolver algo, si un adolescente se droga controlarlo full day es inminente.
Respuestas express para todo padecer, al modo de un libro de auto ayuda. Las cuales en ciertos momentos pueden funcionar, pero que según sabemos por la experiencia clínica, solo brevemente.
El amor no se deja domesticar. Sabemos que en la sociedad pagana el matrimonio no era norma, sino un derecho adquirido por las clases altas para trasmitir el patrimonio a los descendientes. Así esta creación cultural logró regular lo que refiere a los bienes patrimoniales de una pareja. Sin embargo queda por fuera la regulación de las pasiones, lo que llevo a que las leyes tengan que actualizarse cada vez. Desde el momento en que el casamiento se celebraba solo por la iglesia y su posterior pasaje al estado en 1888, la inclusión de la posibilidad de generar nuevos matrimonios posteriores al primero en 1954, hasta las últimas sentencias que integran la posibilidad de que dos personas del mismo sexo celebren esta unión. El estado genera inmensos dispositivos que incluyen abogados, jueces, policías, mediadores y demás, con el objetivo de asegurar el bien estar de la población. Sin embargo algo insiste, los artistas suelen retomar estos temas y exponerlos, mostrarlos. Podemos ilustrarnos con la tapa de Tenemos que Hablar, último libro de Tute (dibujante y humorista argentino a quien, como decía Fontanarrosa, nada de lo humano le es ajeno) una pareja en la habitación sobre una montaña de polvo bajo la alfombra de la cama.
Porque siempre que hablamos de pasiones, hablamos de otra cosa. Hablamos del modo en que los objetos nos atraviesan, nos angustian, nos interpelan. En la elección de objeto amoroso, se bordea de un modo muy singular la relación que cada uno tiene con él. El modo en que cada uno trata a ese objeto dice sobre aquello que el sujeto desconoce de sí mismo. Una psicoanalista Francesa llamada Clotilde Leguil utiliza la expresión de “Dimensión Iniciática secreta” para hablar de la experiencia del amor en toda su dimensión, en tanto nos atraviesa y nos vuelve otros para nosotros mismos.
Esta expresión solo puede tomar su relieve si entendemos que, siguiendo al psicoanalista francés Jacques Lacan, el único reconocimiento que el sujeto tiene es de su cuerpo es en tanto imagen, pero poco sabe de lo que le sucede como viviente. Entonces cuando surge algo del goce de ese cuerpo, siempre tiene la forma de un exceso, del que nada entendemos ni sabemos. Los paciente suelen decir, eso es más fuerte que yo, no entiendo porque no paro de hacerlo. Y en cuanto algo de esto surge, se abren dos opciones, uno es defenderse de eso y otra es consentir a experimentarlo.
El primer camino puede tomar diversas formas y construcciones, Lacan propone tres estructuras posibles para defenderse: la neurosis, la psicosis o la perversión; que son tres modos de darle tratamiento posible. Cada una de estas vías va a tener su particularidad. Pero lo que nos interesa resaltar es que más allá del modo que tome, en algunos casos este exceso de goce toma la forma de la agresividad y se vuelve contra uno mismo y otros. Lo vemos en las parejas que empujan a la reducción del otro.
Lo que se vuelve insoportable en el otro, es en tanto hace presente algo de uno mismo. En Freud encontramos el concepto de superyó, según el cual aquella agresividad que estaba destinada en un origen al otro, al momento de la separación se vuelve contra uno mismo, constituyendo la pulsión de muerte. Vemos los efectos en las personas que viven atormentadas con sentimientos de culpa, personas con rasgos masoquistas y en algunos casos llevados hasta el acto suicida.
Lacan también ubica este componente de agresividad en el proceso de la constitución subjetiva, en la asunción de la propia imagen, donde el sujeto se identifica con el límite que implica un cuerpo y reconoce al otro como radicalmente otra cosa. Vuelve al otro para recuperar el amor, no sin el ingrediente de la agresividad. Entonces esa agresividad es también una cuestión de ego. Desde allí el amor siempre tiene la forma ambigua de amor odio. Te amo, no me das lo que quiero, te odio. Te odio porque te amo tanto. Y todas estas paradojas que escuchamos contantemente en el consultorio. El superyó empuja a una renuncia, perdida de goce para poder sostener al otro amado, lo que produce un rebote agresividad.
Actualmente en nuestro país ha tomado gran relevancia la campaña que bajo el lema #NiunaMenos, apunta a acompañar a mujeres que encuentran externamente la figura gozadora y punitiva del superyó personificada por hombres, quienes le dan un lugar de estrago. Lo que hace compleja la situación es el consentimiento que se dan a condición de no perder el objeto de amor. Por eso escuchamos habitualmente en la justicia cómo en algunos casos se presenta una denuncia de violencia, la cual se retira con posterioridad tras reconciliar el pacto de amor. Esto no sucede en todos las casos, ni es posible generalizar las teorizaciones. En muchos casos encontramos hombres que se vuelven agresivos solo en ese pacto de amor específico, en otros casos hombres que son golpeadores, también mujeres que son víctimas agresivas o mujeres que se han constituido en objetos pasivos de esa agresión. Esto sólo se puede trabajar en cada caso, en cada pacto, o volviendo a las nociones de Leguil, en cada dimensión iniciática secreta.
En este contexto el psicoanálisis se propone como un discurso que le permite al sujeto escucharse, reconocerse en cuanto a su propio superyó, lo que le abre camino a ubicar que otros modos son posibles. Vaciar al amor del sentido, de los ideales, del empuje superyoico, abre la vías a inventar un nuevo amor, en algunos casos con la misma persona, en otros eso no es posible. Eso que es más fuerte que yo, puede ser identificado y elaborado, se le puede dar un tratamiento que abra camino a un nuevo modo de hacer.
# Lucia Benchimol – Co-Responsable del Instituto Oscar Masotta delegación Ushuaia

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