Detrás de la madre buscar la mujer![*] - Por Leticia Aída Acevedo
“Para que un síntoma
sea analizable es necesario creer en él, es necesario creer que tiene un
sentido, que quiere decir algo. Sólo así, dando sentido a una práctica que es
de goce, un síntoma puede convertirse en analítico”.
Xavier Esqué.[1]
Consideraciones sobre la actualidad:
En
distintas ocasiones escuchamos que el psicoanálisis está en crisis, que es el
momento de las neurociencias y que el analista no está a la altura de los
nuevos síntomas. Enfatizo el pensamiento de Eric Laurent, dice que el
psicoanálisis no está en crisis sino en transformación, el analista puede
ocuparse de estas “formas renovadas de la angustia” y agrega: es el mundo el
que está en crisis.[2]
Los
analistas compartimos el malestar en la cultura contemporáneo y el empuje a lo
nuevo. Entonces, ¿Cómo responder? El psicoanálisis se ha diversificado. El trabajo
de los analistas es el de inventar distintas maneras de responder al modo que
tienen los sujetos de presentarse en la clínica hoy.
La
posición del analista es paradojal. Elige el campo de elaborar las formas de lo
nuevo en la cultura y a la vez, tiene la certeza de que hay una
incompatibilidad entre la satisfacción y el programa de la civilización.
Siempre tendremos formas sintomáticas para interpretar.
La
posición del analista
Trabajaré
sobre lo que Lacan me enseñó con la frase “detrás de la madre buscar la mujer”[3] para
situar la posición del analista en relación a cómo operar frente a la
producción de los distintos modos de presentación del goce en la clínica y de los
distintos modos de satisfacción. Siguiendo esta línea planteo la necesidad de
prestar atención a la demanda del sujeto. ¿Cómo hacer para ubicar el deseo del
sujeto? Nos guía poner atención en cómo satisface el sujeto su modo de vivir la
pulsión.
En “Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en
1956”, Lacan se preguntaba sobre la formación válida y sobre cómo dar cuenta si
se fundiera psicoanálisis y formación para anunciar la situación del psicoanalista
en esa época y qué diferente sería llevarlo hasta los efectos de su estilo de
vida, de su relación con el mundo.
¿Podemos equiparar aquí estilo de vida con modalidad de goce? Creo
que sí, que está hablando del estilo como modalidad de goce, estilo en singular
que solo puede ser transmitido en una transferencia de trabajo.
Presentaré
el recorte de un caso que me permitió por un lado pensar en los interrogantes
arriba mencionados y por el otro situar mi posición como analista.
Elisa
Alvarenga cuando apunta a “situar lo específico de la mujer en la función
analítica, dice que la autorización femenina en el psicoanálisis es de tal
envergadura como que la mujer no existe, señala que el analista como la mujer
solo existen uno por uno. Sabemos que en el psicoanálisis no se trata solo de
hombres o mujeres sino del tratamiento de ese goce más allá del falo, pero no
sin relación a él. Podremos verificar en el caso, la incidencia de ese goce que
escapa al significante y que tiene consecuencias clínicas propias tanto para el
sujeto como para el analista que dirige la cura.
Lacan
haciendo referencia a las mujeres analistas nos dice: “…por ello las mujeres
que ellas sí existen, son las mejores analistas. Las peores ocasionalmente”[†].
Frase enigmática y difícil, depende del uso que hagamos de ella puede generar
polémicas. Sabemos a partir de la experiencia analítica y de la clínica que de
lo que nos ocupamos los analistas excede a la cuestión de género. La barra que
cae sobre La (barrado) representa a la mujer que no existe e inscribe el “no
hay relación sexual”. Lacan aclara que las mujeres analistas pueden ser de las
mejores a condición de no aturdirse con una naturaleza antifálica de la cual no
hay la menor huella en el inconsciente y agrega “…ellas pueden escuchar lo que
de este inconsciente no puede decirse pero sí tiene que ver con lo que de él se
elabora…”. El análisis del analista, su elaboración y formalización marcan la
diferencia en la dirección de la cura.
M.H.Brousse
nos enseña que “…el punto común entre posición femenina y posición del analista
se sostiene en la contingencia (…) carecterizada por un real que puede
finalmente escribirse y que es definida por la fórmula para no todo x fi de x, que es
la formula del no-Todo (…) La posición del analista es inédita en el sentido
que se diferencia de una posición deseante organizada por el imperio del falo y
de una posición femenina que permanece organizada por el objeto”.
Eugeni
Lemoine en su libro, ¿Las mujeres tienen alma? dice que el lenguaje se nutre en
un terreno esencialmente femenino, su palabra tiene otra necesidad que la del
hombre. Ella está más cerca del inconsciente y de la palabra poética, ella está
más cerca de lo escrito y le deja al hombre la función del orador.
La
dirección de la cura
En
el recorte clínico daré cuenta de qué modo, saber hacer con uno de los síntomas
del analista, “el furor curandis”, permitió que advenga el sujeto en la dirección
de la cura. Ubicaré cómo el testimonio de Leonardo Gorostiza, su transmisión,
me enseñó que el pasaje de la identificación al falo a la desidentificación del
falo, le permitió pasar de “curar el deseo de curar al deseo del analista”,
deseo que le permitió no retroceder frente a lo real e interrogarse por el goce
del síntoma. En el caso y en el testimonio lo más singular está en juego.
El
caso: Lidia consulta para que participe en un juicio penal que le inició al
padre de sus hijos como perito de parte[‡].
Esto implica que el analista tenga que lidiar con dos cuestiones: la paciente y
su relato que da cuenta de cierta inestabilidad psíquica y la decisión o no de
ser perito de parte para tomar el caso.
Haré
referencia a la ganancia de saber que tuvo el practicante cuando el prejuicio
como uno de los síntomas del analista se liga con la demanda de ser perito de
parte. Este obturaba el qué hacer en el caso e impedía que ocupara la posición
del analista.
En
función de los detalles del caso, decido organizar un encuadre. Convoco a un
colega y juntos comenzamos el trabajo de peritaje. A modo de estrategia, le
explico que las entrevistas serán para hacer mi propio diagnóstico y que éstas
no aseguran que acepte ser perito de parte. Aposté a que surja en sus dichos
algún indicio que me permitiera conocer su relación al goce que la invade.
Pensarla como paciente me permitió aceptar la demanda. Ella necesitaba un
perito de parte que avalara su “juicio” en todo sentido de la palabra. Acepté,
a modo de inscripción simbólica y realicé la inscripción en el juzgado. Lidia
se pacifica.
En
las entrevistas, un tratamiento sobre el goce fue posible. Lidia se enfrentó a
otro discurso, el del psicoanálisis. Poco a poco se produjo un viraje y comenzó
a manifestar amor odio hacia mis intervenciones. Esto produjo efectos: desistió
del juicio penal y decidió ocuparse sobre los asuntos de su goce. Demanda
análisis.
Lidia
entró en análisis, fue su viraje en la cura. El analista advertido de su
prejuicio facilitó la entrada en análisis.
El
testimonio de Gorostiza nos enseña y ubica este punto nos dice que no alcanza
con estar advertido, es necesario unas vueltas más. Nos relata que como saldo
de su primer análisis tenemos el significante “curarse del deseo de curar”[§] significante que
una vez formulado le permitió el pasaje de la identificación al falo a la
desidentificación del falo. En el deseo de curar al Otro se le revela que, el
“ser médico”, ligado al interés del enigma de la locura, curar la locura que
encubría la posición de “ser el único”, posición que él ubica como fundamento
neurótico del deseo del analista en tanto rasgo de excepción. Ser el único
capaz de curar la “locura” del Otro materno. Posición alcanzada que favorece la
posición del analista en la dirección de la cura. No obstante, fue necesario
interrogar el fantasma y la pulsión, abordar el goce del síntoma, es decir no
retroceder frente a lo real[**], dar un paso
más.
En
el caso, el furor curandis había caído[††] como uno de los
síntomas del analista. Fue desde ese saber no sabido que tiene quien se analiza
que me permití “lidiar”, esta vez, con mi prejuicio ¡cómo iba a aceptar se
perito de parte siendo analista! Atravesando el prejuicio, estableciendo una
estrategia pude verificar lo que el deseo del analista causa tanto en el sujeto
como en el practicante, cuando éste consiente a ser socio de la pulsión. Esta
vez el prejuicio, como un trozo de real que obtura, hacía de velo al furor
curandis.
La
ganancia de saber radica en verificar que en un análisis no es sólo de curar de
lo que se trata, sino, de los efectos que se producen cuando el analista,
advertido de su goce, arriesga a ofrecer transferencia por goce. Trabajo en
transferencia que permite la pulseada entre el deseo del analista y la pulsión.
Lacan
en la última parte de la enseñanza no habla del deseo del analista. Con
nuestros AE, trabajamos los fundamentos neuróticos del deseo del analista.
Miller en el último Congreso dice que trabajar sobre el desorden de lo real en
el siglo XXI abrirá varias preguntas: hace referencia a “la redefinición del deseo
del analista…”, y agrega el nudo borromeo para preguntarse: “¿…para qué nos sirve
esta representación ahora?[‡‡]
Los
testimonios dan una respuesta singular ¿Qué quiere decir que el deseo del
analista se sostiene de la inexistencia del Otro? En el momento en el que se
anudan el nombre del enunciado fantasmático con el goce pulsional y se produce
la caída del SsS se abre la vía para habitar el deseo del analista y dar lugar
a un después, que va del “ojo que calza en la hendidura”[§§] al “calzador sin
medida”. El deseo del analista no es un deseo puro, es el deseo de obtener la
diferencia absoluta es decir, que el analizante obtenga su rasgo que es
absoluto en el sentido que no es relativo a otro significante.
En
el testimonio de Leonardo pudimos ver como en lugar de quejarse de la desmesura
del Otro, poner medida a todo y a la vez denunciar el sin medida del Otro, de
lo que se trató fue de establecer una nueva alianza con la propia desmesura que
lo habitaba y que ahora lo habita de otro modo pudiendo obtener de ello una
satisfacción. Vimos que el deseo del analista es el modo de Lacan de ver como
se articula el deseo con la pulsión.
Me
pregunto: Si pensamos, “… el sinthome como anudamiento, como lo imposible de
atravesar, como el que libera a la pulsión de sus usos fijos…” ¿es a partir de
este nuevo anudamiento que podemos redefinir el deseo del analista? Podríamos
decir que esta nueva satisfacción del sujeto le permite la transmisión de un
deseo que, aún así, mantiene el enigma sobre qué es un analista. Si tuviéramos
que redefinir el deseo del analista ¿podríamos decir que es el sinthome?
[*]Trabajo presentado en el Simposio de Miami: “Lo que Lacan sabía sobre las mujeres”, mayo-junio 2013.
[†] Ver el otro falta
[‡] Ver como lo aclaro
[§] En las duplas, para el Congreso del 2002, ubicaba esta cuestión.
[**] Él calzar le permitió continuar más allá de la construcción del fantasma (explicar)
[††] En el año 2002, en ocasión del Congreso 2002 en Bruselas participé de las duplas, allí pude formalizar, estar advertida del deseo de curar.
[‡‡] Volumen del Congreso 2012
[§§] “Enunciado fantasmático”, Revista Lacaniana 11, Testimonio de Leonardo Gorostiza
[1] Esqué, X., “Al final del análisis el síntoma se hace practicable”, Freudiana 39, Barcelona, 2004.
[2] Laurent, Eric., Entrevista: “La nueva mirada social de Lacan”, Revista
Ñ, Febrero 2005.
[3]
Miller
J.-A., De
mujeres y Semblantes, "...lo
verdadero, en el sentido de Lacan, en una mujer, se mide por su distancia
subjetiva de la posición de la madre". pág. 90.
Miller en La locura fálica del
yo, Lacan deconstruye la relación entre madre e hijo recordando
simplemente el hecho de que la exigencia del falo en la madre (quiere decir)...
que la madre es una mujer.
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